viernes, 31 de octubre de 2008

EN EL DESVÁN…

Entonces cayó el candil, y tras él, entro aquel rudo y descortés viento, llamado a hacer presente, al frío invierno…

“Tras una puerta, siempre hay algo que esconder” En este caso, siempre se esconde algo, porque dicen que en nuestros pueblos no hay gente (aún menos con la llegada del invierno), pero si fuésemos casa por casa y diésemos un par de golpes en el postigo, encontraríamos tras la puerta a un viejecito diferente, con su rostro, con sus ojos, con su mirada, con las manos de una vida…
Son la gente del pueblo, a los que nosotros no vemos, los que viven en sus casas sin apenas pisar la calle, sin quehaceres.
Los hay, que a pesar de la cenceñada de la mañana, salen a pasear calle arriba o calle abajo, y ante la pregunta de; -¿qué adónde va?- se limitan a responder con un…-voy a ver si quito la polilla-
Hoy día apenas vemos a esos viejecitos con su pantalón de pana, su chaquetón, su boina, su cayata. Tampoco vemos esas viejecitas con su pañuelo negro atado a la cabeza, con su sayo, con su chambra, con su mandil…
Podríamos estar toda una tarde sentados alrededor de la camilla, desempolvando “trastos” viejos del desván, viendo fotografías o leyendo cartas de papel, que nunca se cansarán de entrelazar historias para que luego solo parezcan una, porque no se cansan, y si se cansasen, no habría nada mejor que un mendrugo pan y un vaso de agua para reponer fuerzas y seguir sumergiéndose en años pasados. Aunque para nosotros ellos no hagan nada o no queramos que hagan nada, siempre sacan jera que hacer, y se buscan sus propios quehaceres para mantener la cabeza ocupada, aunque solo sea estar sentados junto a la lumbre esperando a que el invierno pase…

ARTÍCULO ESCRITO POR: CRISTINA LÁZARO PRIETO (+ información: sayago.com)

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